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Vivir en un pueblo pequeño y vivir en Santiago de Chile es lo mismo

Vivir en un pueblo pequeño y vivir en Santiago de Chile es lo mismo

Vivir en un pueblo pequeño y vivir en Santiago de Chile es lo mismo

Si vives en una ciudad como Santiago de Chile, y crees que tu vida puede pasar desapercibida de entre las más de siete millones de personas, te equivocas rotundamente.


Ahí les va un relato migrante “made in venezolanos en Chile» donde las coincidencias sorprenden.
En 2016 llegó a Chile Josué -llamémoslo así para respetar su vida privada- en Venezuela dejó a su mujer y su recién nacido hijo.


El plan era conseguir los pasajes de su familia en al menos seis meses.
Después de año y medio haciendo doble y hasta triples jornadas en empresas externas como reponedor de supermercado, lo consiguió: su esposa e hijo junto a él.


¿Se escucha bien la versión corta de la historia verdad? Mejor será la versión larga, se los prometo.
La relación se deterioró durante el primer año a consecuencia de la distancia. La realidad en Venezuela quizás fue uno de los motivos, o la foto de un brindis con unas cervezas que subió Josué a facebook tal vez ayudó a fracturar la confianza de la pareja.


Tras la llegada de su mujer, la relación terminó de romperse. La separación fue inminente. “Dos meses y medio fue lo que duramos» me comentó una tarde donde compartimos jornada y tareas.
“Dos meses y medio. Fue el tiempo que estuvimos juntos aquí en Santiago. Fue el tiempo que tardó en llegar el otro. Porque cuando compré los pasajes y le avisé de sorpresa, ella se los compró a él con plata que yo le enviaba para el niño. Compró pasaje en avión, y yo me vine en bus y sin direro” me comentó resignado.


La historia de Josué la guarde en el archivo de mi memoria. Pero un día de esos en que la vida te da una dosis de realidad, donde terminas de saber que cualquier cosa puede pasar, el destino me terminó de dictar el capítulo final de esta anécdota.


Aproximadamente año y medio después de haber conversado con Josué, en San Bernardo, para quien no lo sepa, una comuna satélite de la región Metropolitana de Santiago, quizás la más lejana del centro, mi vecino de habitación resultó ser el socio de mi excompañero de trabajo.
Frank me confesó que la relación con la exmujer de Josué no funcionó, porque al llegar a Chile le tocó trabajar y asumir los gastos básico de la pareja y cumplir con las remesas a su familia.
Para él, el panorama que le había pintado la exmujer de Josué fue otro.


Pensó que se podía hacer dinero fácil. Al fin de cuentas, Josué enviaba aproximadamente un sueldo mínimo a su mujer todos los meses, además de algún dinero extra que le exigía porque “todo estaba caro» o “nada alcanza» me comentó en otra oportunidad.
En Venezuela era fácil salir de rumba un fin de semana con dinero trabajado por otro, recuerdo que le comenté a Frank. Él sólo se rió.


En Chile Frank no estaba dispuesto a asumir los sacrificios, mucho menos asumir todos los gastos de la vida en pareja. Terminó dejando sola a la exesposa de Josué.


“Los gastos debíamos compartirlo. Ella no quería, me sacaba en cara los pasajes a cada rato, entonces la dejé, me mude sólo y ella que resuelva su vida” me comentó mi entonces vecino.
Quisiera dar más detalles de la vida de Frank, Josué o la ex de ambos, pero esta columna trata de un ejemplo de cómo todo puede llegar a saberse dentro de la comunidad venezolana, y no de gritar a cuatro viento la vida de los compatriotas en desgracia en esta diáspora.


Llegando a este punto, existen muchas preguntas que pudiéramos hacer para reflexionar.
Preguntas cuyas respuestas tocan fibras y pueden ser polémicas. Sin embargo el propósito de este relato no es ese.


El propósito de este relato, es dejar en evidencia dos cosas; la primera es que no podemos creer que nuestras vidas pueden pasar desapercibida entre la comunidad venezolana en Chile, somos un poco más de 300mil, pero las historias corren como pólvora encendida.
La segunda, es que la historia de Josué no es muy diferente a la de muchas otras personas, por lo que, pido prudencia, José y Frank son personas reales, a quienes conocí. No saquemos conjeturas de quienes son, y si lo saben, es mejor disfrutar de esta columna hoy y olvidarse del tema, para que conozcamos otro caso la próxima semana.